domingo, 11 de mayo de 2008

LA CRISIS DE LA EUROPA SOCIAL (Vicençs Navarro)


El Pais
La celebración de los cinco años del euro y la expansión de la Unión Europea a 27 países ha coincidido con la publicación de los últimos datos del Eurobarómetro que señala el continuo declive de la popularidad de tal institución entre grandes sectores de las poblaciones de los países miembros de la Unión Europea. Tal declive se había presentado ya en el voto negativo a la Constitución Europea en los referenda francés y holandés, que tradujeron un rechazo hacia las instituciones de la UE que procedía primordialmente, aunque no exclusivamente, de los sectores de las clases populares que se sentían más inseguros frente a los desarrollos económicos y sociales -incluyendo su expansión- que están ocurriendo en su vida cotidiana, y que atribuyen en gran parte a políticas estimuladas o desarrolladas por las instituciones de la UE. Así, en Francia y en Holanda (donde la Constitución fue rechazada) el 72% y el 63%, respectivamente, de los votantes de clase trabajadora votaron en contra de la Constitución Europea, porcentaje de rechazo superior al de otras clases sociales. Lo mismo ocurrió en Luxemburgo (donde la Constitución fue aprobada), donde el 62% de los trabajadores manuales que votaron lo hicieron en contra de la Constitución. Es más, las encuestas populares mostraron que si hubieran existido referenda sobre la Constitución Europea en Alemania y Dinamarca, la mayoría de sus clases trabajadoras hubieran estado también en contra de tal Constitución (61% y 72%).
La generalización del proceso de rechazo por parte de sectores importantes de las clases trabajadoras en muchos países de la Unión Europea permite la conclusión de que tal rechazo no se debía exclusivamente a situaciones locales (como podían ser la impopularidad en Francia del presidente Chirac, por ejemplo) sino a hechos generales que están ocurriendo a nivel europeo. Entre ellos existen cuatro que están afectando al bienestar y la calidad de vida de amplios sectores de las clases trabajadoras y otros componentes de las clases populares, y que no han tenido la visibilidad mediática o atención política que debieran, excepto retóricamente. Uno de ellos ha sido el desempleo, el cual ha crecido muy notablemente a partir de finales de la década de los años setenta y principios de los años ochenta. Desde entonces el desempleo, que había sido desde la II Guerra Mundial más bajo en Europa que en EE UU, pasó a tener unas tasas mucho mayores que en aquel continente. El desempleo se ha convertido en Europa en una lacra social que afecta particularmente a algunos sectores y grupos etarios, alcanzando sus máximas cuotas entre los jóvenes, las mujeres, y los trabajadores no cualificados.
Otro hecho con menor visibilidad mediática, pero de igual trascendencia, ha sido una redistribución de la renta basada en un gran crecimiento de las rentas del capital y un estancamiento de las rentas del trabajo. Un ejemplo de este fenómeno generalizado en la UE se presenta también en España. El beneficio neto de las empresas no financieras españolas aumentó un 25% en el año 2005, y el de los grandes que cotizan en bolsa y que se incluyen en el IBEX-35 fue de un 44%. Los grupos que consiguieron mayor crecimiento de sus beneficios fueron las empresas energéticas, la banca (que según la Asociación Española de la Banca, alcanzó un crecimiento de los beneficios de 58,8% respecto al año 2004) y las empresas de la construcción. Este crecimiento de los beneficios del capital contrastó con el estancamiento de los salarios. El salario promedio en el año 2005 tenía prácticamente la misma capacidad adquisitiva que en 1997, habiendo crecido sólo un 0,4% durante tal periodo. Esta situación se ha reproducido en la gran mayoría de países de la UE, contribuyendo a un gran crecimiento de las desigualdades de renta, siendo España uno de los países donde tal crecimiento ha sido mayor.
La tercera situación que está afectando negativamente el bienestar de las clases populares es la ralentización del crecimiento del gasto público social por habitante. El crecimiento de tal gasto en la década de los años noventa y principios de los años 2000 fue menor en la mayoría de países de la UE que en la década de los años ochenta. Este descenso de la tasa de crecimiento fue acompañado de una disminución de los beneficios sociales en los programas que afectan en gran medida la calidad de vida de los trabajadores. Así, Walter Korpi y Joachim Palme (New Politics and Class Politics in the context of Austerity and Globalization: Welfare State Regress in 18 Countries) han documentado cómo las tasas de sustitución salarial en los seguros públicos de enfermedad, desempleo y accidente laboral han disminuido en la mayoría de países de la UE.
Todos estos hechos son, en parte, consecuencia de las políticas públicas llevadas a cabo en estos países con el estímulo, cuando no el mandato, de la Comisión Europea. Estas políticas han incluido la reducción del gasto público (estimulado indirectamente por el Pacto de Estabilidad), la reducción de los impuestos (que han beneficiado a los grupos más pudientes de la población), la reducción de la protección social con disminución de los beneficios sociales, la desregulación de los mercados laborales y un mantenimiento por parte del Banco Central Europeo de unos intereses bancarios más altos de lo que se necesitaría para mantener una baja inflación. Estas políticas traducen el consenso de Bruselas, y reproducen la sabiduría convencional que se presenta en los establishments económicos y financieros europeos, y que está creando una enorme crisis de la Europa Social, causa del rechazo por amplios sectores de las clases populares y muy en particular de sus clases trabajadoras a las instituciones de la UE, que se consideran responsables de su creciente inseguridad, la cual es un caldo de cultivo para movimientos antisistema con contenidos racistas antiinmigrantes. No es racista el más ignorante sino el más inseguro y hay hoy mucha inseguridad en los mercados laborales europeos, inseguridad que se percibe (por amplios sectores de las clases populares) exacerbada por la continua expansión, generadora de mano de obra barata que compite por un número limitado de puestos de trabajo.
Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra

sábado, 10 de mayo de 2008

El PRECIO de las NACIONES (¿Es CATALUÑA una NACIÓN?)


El precio de las naciones (¿Es Cataluña una Nación?) Felix Ovejero Lucas


Según parece, el futuro Estatut proclamará que Cataluña es una nación. Se me escapa cuál es la idea de nación de los redactores. Incluso desde una perspectiva nacionalista, Cataluña no es una nación. En lo esencial, los nacionalistas se debaten entre dos ideas de nación: "objetiva", como un conjunto de individuos que comparten una identidad; "subjetiva", como voluntad, como un conjunto de individuos que creen que son una nación. Ninguna de las dos ideas resiste el análisis, pero son las que defienden los nacionalis­tas. Pues bien, en ninguna de las dos acepciones Cataluña es una nación.


Veamos la primera. ¿Comparten los catalanes una identidad distintiva? Las identidades colectivas son difícilmente precisables. La lengua no es un terreno firme. Negaría la identidad catalana a la mitad de los catalanes. La demografía es menos equívoca: el 65% de los catalanes tenemos raíces fuera de Cataluña. Los apellidos resultan muy reveladores. En la medida en que nos proporcionan una pista acerca de una identidad originaria compartida, tan española es Barcelona como Madrid o Cataluña como Castilla. Un dato: García es el apellido más común en todas las comarcas catalanas.


Esto no es ignorado por los nacionalistas. Nadie puede ignorar uno de los mayores movimien­tos migratorios del siglo XX, que recompuso la población catalana de modo irreversible. Por eso, por­que no hay nación objetiva, han puesto acento en el otro pie, en la voluntad de ser. Pero tampoco aquí la realidad les cuadra. Apenas un veintitantos por ciento de los catalanes cree que Cataluña es una nación. Y eso, en román paladino nacionalista, quiere decir que Cataluña no es una nación.
Y sin embargo, la clase políti­ca catalana reclama un nuevo marco institucional para que "Cataluña se sienta cómoda". Yo no sé muy bien cómo se siente Cataluña, pero, por lo que sabemos, los catalanes se sienten estupendamente en España. Según una investigación de hace un par de años, los catalanes estábamos entre los españoles más satisfechos con nuestra autonomía. Antes de la victoria de Maragall, sólo e1 4% consideraba la reforma del Estatut como un asunto prioritario, y aún hoy, después de dos años de debate político, según una encuesta de La Vanguardia, a los catalanes el Estatut les preocupa bastante poco.
Estos datos confirman la ficción en la que está instalada la política catalana. Una vez más los nacionalistas se inventan la nación. No hay una realidad negada por España. Mejor dicho: la realidad negada, en nombre de Cataluña, son los catalanes. La pregunta importante es cómo es posible que la Cataluña real se parezca tan poco a la que reclama reconocimiento.


Una pregunta que debería hacerse Zapatero. Hasta ahora no se la ha hecho. Su estrategia parece consistir en aceptar la Cataluña recreada por su clase política, y, en todo caso, discutir sobre dinero. Quizá piensa que las palabras importan poco.


Pero las cosas no son tan sencillas. No lo son, para los propios catalanes, porque la identidad no sale gratis. Ahí están los 233.000 euros de la celebración del 11 septiembre o los 5,06 millones de euros en subvenciones discrecionales durante el primer semestre de este año a "asociaciones patrióticas", entre ellas, 12.000 euros a la Asociación Catalana pro Senyera más Grande del Mundo. Gastos que, como siempre, exigen establecer prioridades: mientras el próximo curso miles de niños catalanes estudiarán en barracones, la Gene­ralitat y el Ayuntamiento de Barcelona gastarán 1,5 millones de euros en un barrio de Gaza. Aunque el precio más importante es el envilecimiento de la sociedad civil y el deterioro de los derechos, como está sucediendo con las oficinas de denuncia lingüística que animan a delatar a aquellos conciudadanos cuyos negocios flaquean en identidad lingüística. Pero ya se sabe, para el nacionalismo no hay problemas más fundamentales que los de la identidad o la política exterior y, por supuesto, Cataluña importa más que los catalanes.


Pero los símbolos también tie­nen un precio para todos. El debate sobre las balanzas fiscales tiene muchos matices y, fuera de sus perfiles técnicos, en donde las diferencias están claras, proliferan las confusiones y las deshonestidades, como relacionar las balanzas fiscales con el debate sobre la financiación autonómica o el obsceno recordatorio de que los niños extremeños -a falta de política exterior o identidad- tienen un ordenador a mano. Pero hay algo previo que sin los símbolos no tendría sentido: concebir los pueblos como sujetos de valoración. Se ha repetido mil veces; así que no vendrá de una más: no paga Cataluña, pagan los catalanes, y no en tanto que catalanes, sino según sus ingresos. Como los andaluces, como cualquier ciudadano. Por supuesto, ésa no es toda la realidad, pero es la realidad fundamental, la que se escamotea cuando se sostiene que "Cataluña está expoliada" o que "Cataluña debe poner límites a la solidaridad".


Estas expresiones sólo son posibles cuando la justicia entre ciudadanos se sustituye por la nego­ciación entre pueblos. ¿Por qué nadie se pregunta por la balanza fiscal entre Gerona y el resto de Cataluña? Simplemente, se considera que Gerona forma parte de los nuestros y entre nosotros sí valen las consideraciones de justicia. Conjetura que no se ve debilitada cuando el Gobierno catalán proclama el deseo de poner límites a la "solidaridad". ¿Se imaginan que un grupo de ciudadanos estableciera un límite a lo que están dispuestos a pagar? El problema no está en "los límites", sino en la unilateralidad. Es posible que, des­pués de un debate democrático, atendiendo a las razones de todos, lleguemos a la conclusión de que cierto sistema impositivo es injusto. Está ahí contenido el núcleo más noble de la democracia: el debate, la exposición de razones, la justicia de las decisiones entre ciudadanos. Nada que tenga que ver con él "yo sólo estoy dispuesto a dar esto, negociemos". La mayor renuncia intelectual de nuestra izquierda ha sido sustituir el lenguaje de los derechos, la justicia y la ciudadanía por la frágil mitología de las identidades. Si únicamente se tratara de palabras, poco importaría. Pero hemos aprendido, de mala manera, que no es así.


Félix Ovejero Lucas es profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona. (Diario El País.26/6/2005)

PRIMERO de MAYO: DIA INTERNACIONAL de la CLASE TRABAJADORA


Llega un 1º de Mayo más. De nuevo, diversos sindicatos se concentraran en diferentes partes de España, en diferentes convocatorias, y en algunas ocasiones, como en años pasados, percibiremos un cierto desencanto (sobre todo en aquellas convocadas por las centrales mayoritarias UGT y CC.OO). No es de extrañar, en los pasados años, a pesar de que la economía crecía “a ritmo de locomotora” la mayoría de los trabajadores solo hemos recibido en premio una rebaja en el poder adquisitivo de los salarios, que se ha hecho especialmente grave para aquellos que se han implicado en una esclavizante hipoteca para optar simplemente a una vivienda en propiedad. Y respecto de la calidad del empleo, ni hablemos, la gran ofensiva del Capital Oligárquico Europeo y su modelo neoliberal ha hecho pasar a viejos tiempos la idea de un trabajo estable y digno: el trabajo basura, las ETT y la explotación brutal son la norma, pese a que el Gobierno presuntamente “de izquierdas” intente convencernos de lo contrario, por que se ha puesto, pequeños “paños calientes” sobre la herida. Mientras tanto, los bancos se han puesto las botas. Y ahora viene la crisis…

Por otra parte, asistimos a una ofensiva sin precedentes del Nacionalismo periférico, con plazos ya establecidos para “finiquitar” a España. Lamentablemente, la continua capitulación del gobierno no hace más que envalentonarlos y conseguir cada vez más reivindicaciones: agencias tributarias, “relaciones bilaterales con España”, constante marginación de la Lengua Española tanto en la sociedad civil, como en la enseñanza. Todo ello con la mirilla de ETA apuntando. A este respecto, gran parte de la izquierda está presa de una confusión: ¿No es progresista apostar por una España plural? Absolutamente, SI; pero el proyecto de los Carod e Ibarretxe no es la España plural, sino acabar con España. Y acabar con España desde la insolidaridad más indignante, mirando por encima del hombro al trabajador inmigrante, que tanto ha aportado día a día con jornadas agotadoras de trabajo al crecimiento de Cataluña o el País Vasco; denostando regiones enteras como “holgazanas”, siendo no obstante el principal mercado para la Burguesía catalana. Mientras tanto, estos nacionalistas se instalan en sus puestos de poder como castas endogámicas e incompetentes, y ya están buscando puestos de primera fila para venderse a la primera multinacional extranjera. Hoy más que nunca, reivindicar la UNIDAD de ESPAÑA ES un gesto REVOLUCIONARIO, la unidad del pueblo trabajador con la pluralidad de culturas que constituyen la Patria.

Revertir este proceso, requiere una profunda REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA: renovación integral de los partidos políticos para instaurar un sistema de primarias, listas abiertas y clarificar el sistema de financiación de estos, que tanto clientelismo genera; implicar la participación ciudadana en todo tipo de organizaciones (sindicatos, centros sociales, de consumidores…, cooperativas); romper el monopolio de la información de los grandes grupos de poder que “troquelan” el pensamiento de la gente en torno a lo que se supone “de izquierdas” y “de derechas” cuando, cualquiera que siga el signo político “formal” del gobierno, ellos siguen manteniendo el cetro político y económico. Y finalmente, por lo que se refiere a los sindicatos, conseguir un sindicalismo participativo, superando el burocratismo y la indolencia de muchos dirigentes lejanos a la verdadera sensibilidad de la gente de la calle. Y para ello hay que ingresar en los sindicatos, patalear y exigir cuando haga falta.

Es por ello que un grupo de personas que apostamos por un Socialismo Humanista y un Sindicalismo de base y transformador, hemos optado por dar apoyo a UPyD (Unión, Progreso y Democracia, liderado por la socialista Rosa Diez) como proyecto de Renovación Democrática general y Unidad frente al nacionalismo insolidario y disgregador. Difícilmente puede dar el gobierno de Zapatero una imagen de “progresista” cuando basa su política en la sumisión a Bruselas y a su proyecto de Unión Europea neo-liberal o cuando es abiertamente apoyado por el BSCH. Difícilmente quienes perseguimos un Humanismo integral podemos alegrarnos por el páramo de incultura y embrutecimiento en que vive nuestra moderna sociedad: violencia doméstica, “telebasura”, sistema educativo (sobre todo el público) bajo mínimos, silenciamiento de gran parte de la cultura española por parte de los adoctrinadores nacionalistas, relaciones humanas deterioradas, incomunicación, etc.

Por eso reivindiquemos hoy el papel de los sindicatos, no solo como defensores económicos del trabajador, sino como agentes de transformación de la sociedad. Así mismo promovamos nuevas formas económicas alternativas basadas en la autogestión y en la cooperación de los trabajadores. Y reivindiquemos el papel del Estado democrático en garantizar unos derechos sociales básicos, frente al vendaval neoliberal que se nos avecina. No podemos quedarnos cruzados de brazos. El futuro será de lucha, como ya nos mostraron los trabajadores de Delphi. El horizonte ha de ser la superación de este sistema a escala planetaria.

Recordemos también el II Centenario de la heroica sublevación del pueblo español contra el Imperio de Napoleón. No podía venir en mejores fechas para recordarnos de lo que hemos sido capaces cuando hemos estado unidos (mientras como siempre la oligarquía se escondía en sus palacios).

¡Por un nuevo sindicalismo, combativo, participativo y democrático! ¡Los trabajadores por una España unida y solidaria! ¡Contra la explotación y la alienación neoliberales! ¡Contra la degradación del planeta y el Tercer Mundo! ¡Por la transformación integral de la sociedad !